Foto: Joau Sargo
La esperaba, pero apareció de la nada, como una sorpresa… Su paso enérgico se detuvo casi sobre mi cara. “Hola!” “Soy la buzo Florencia” ¿ Sos Luis? Sí!
¿ Cómo estás?
La urgencia del llamado del armador no me dejó prestarle la atención que quisiera. El barco zarparía en tres horas. Faltaba cargar la camioneta, cumplimentar trámites en la prefectura local, recorrer más de 60 kilómetros hasta llegar al puerto.
¿Estás lista? Me miró con una sonrisa e ingresó al galpón. ¿Qué equipo llevamos? Me sentí bien de pronto, al fin y al cabo me alentaba su actitud.
Cargamos la camioneta rápidamente mientras comentábamos sobre equipamiento de última generación y de su vida en Europa.
Bajó el cristal de su puerta, su pelo ondulado revoloteaba y a veces se quedaba suspendido. Mostraba algunos rizos más oro, quizás era el sol que jugaba con ella y el viento, no sé, pero con buen disimulo la miraba. Su estirado cuerpo se acomodaba sin dejar de acompañar la música reguee que a mí también motivaba.
No habló mucho en el viaje, por fortuna la radio no paraba de pasar buenos temas.
Ok, me dijo bajando el volumen. Como si hubiera calculado que ya era tiempo de hablar del trabajo a hacer y que restaban pocos kilómetros para llegar.
Hablaba con fluidez de buceo profesional pero sin dejar de escuchar y preguntar. Había curiosidad inteligente en su mirada. Y eso era casi inquietante. Una reacción muy civilizada de machismo agazapado y sin domar, daba vueltas en mi interior.
Frené la camioneta para ir marcha atrás en el muelle flotante, saltó de su asiento y corrió para hacerme señas. Su bolsa marinera era grande, sacó un traje seco negro de muy buena calidad y con bastante uso. Todo iba veloz y preciso. Quise instalar una pausa, una señal para desminuir la prisa.
Exageré en los preparativos del equipamiento y en la programación del buceo. Creo que hasta ensayé una cara sería para aquella situación.
Pero mi colega Florencia, ya me estaba proponiendo “ir a ver” .
Cargaba los botellones como si pesaran mucho menos y no dejaba de atenderme y preguntarme si necesitaba ayuda. Rendido me dejé llevar. Dieciséis años yendo y viniendo al puerto sin que ninguna historia igualara aquel vendaval de energía y belleza. Un día bien interesante para empujarlo a que siga su camino y que nada lo detenga.
Bajo el agua nos hacíamos señas como si hubiéramos trabajado mucho tiempo junto. Su respiración liberaba pequeñas burbujas. Su pelo asomaba sobre los hombros y su casco. Mostraba tranquilidad, seguridad, una novedosa combinación, de una eficiente “mujer buzo”
Herramientas, cabos, língas, grúa, registro de imágenes, el barco, charla con la tripulación, con los técnicos. Un final. Un trabajo cumplido.
UNA NOCHE
Así que vivirás en San Antonio…¿No pensaste en Las Grutas? “ Veremos, por ahora me resulta más cómodo aquí” -Ok, cuando quieras me llamás y te llevo a recorrer, sí? -Me miró con entusiasmo y me gritó mientras cargaba su bolsa marinera: “Mañana!!” ¿Querés?” Buenísimo!!!” “Llamame!!” aceleré suavemente y no sé porqué miré el nombre del hotel, sabiendo como se llamaba.
La buena música ya no estaba, se escuchaban las mismas tandas publicitarias de siempre. Preferí apagar la radio y quedarme tratando de revivir un día de trabajo especial y único.
El chorro de agua dulce caía mansamente sobre el equipamiento, demasiado lento. Por lo general lavo trajes, reguladores y herramientas lo más rápido que puedo. Me gusta llevarme un té a la computadora luego y revisar mails, blogs y a veces chatear con mi amigo Toto que vive en Canadá. Pero no quería pasar la hoja de aquella nueva historia que me tenía con mis ojos clavados en la nada y rodeado del desorden de aquella rutina de años, un montón de equipo salado en espera.
Sonó el celular, huy!! Lo único que espero que no me vuelvan a reclamar del puerto. Pasa muchas veces, la ruptura del aterrizaje, la vuelta al carril, el mecanismo del esfuerzo que funciona bien cuando ya estamos de regreso, en la ruta.
Aló? Y una risa me dice que era Florencia. “Acabo de bañarme, que te parece si me llevas a Las Grutas? ” Sí claro!! ¿Una hora y media? “perfecto” “hasta hora” me dice con acento español y cuelga.
El cansancio podía verse con un diagnostico de rutina más que otra cosa. Terminé de ordenar mis cosas en el galpón casi con torpeza. Busqué la ropa que nunca me pongo, entré al baño me miré al espejo. Hay arreglos que hacer aquí, pensé. Recorté mi barba el extremo de mis largos pelos y me metí en la ducha. Ese agua que cae desde arriba sí que nunca será rutina. Es un bálsamo necesario después de un día de buceo. Reconozco mi cuerpo como un viejo amigo que hoy saldrá a conquistar el misterio, a buscar un poco de sosiego, a renovarse, a encontrase en una isla “mesa de café” o una playa tranquila para escuchar y ser escuchado. Para brindar simplemente por el encuentro de dos seres de agua.
Chau Luis!!! Me gritó “Pelusa” como siempre cuando pasa con su bicicleta por mi casa. Lo miro con placer y le grito con el saludo de siempre, esa noche más que nunca.
La ciudad se veía lenta, quizás porqué no había viento, había quietud. Había un preámbulo nocturno, una nueva oportunidad.
Había un pelo recogido, un broche español sobre aquella cabeza femenina que de espaldas fumaba recostada sobre un coche. Era ella, una mujer. Una versión impresionante de femineidad elegante y de buen gusto. Caminó lento hacia mí, se acercó como en la mañana. Me dio un beso que se quedó con su perfume medido, de aromas silvestres, agreste y azul de mar.
Se sentó sin dejar de mirarme y sonreír. Eso me puso nervioso presioné play para escuchar el CD estratégico para la ocasión. Quien si no que “Sabina” Amigo del camino, de la noche y la luna. De los mares del mundo, de los desconocidos por conocerse, de los borrachos de vino y amor. De nosotros, que hablábamos sin parar. Buceándonos la cabeza, sembrando risas por cualquier motivo.
Teníamos hambre de mariscos y un buen vino blanco. Un buen mar para mirarlo una vez más, sentados con su brisa y su magia. Así lo ve el buzo, casi redundante. Como parte de el y del agua.
Ordenó al mozo que prefería temas de Olga Román o Drexler para cenar. Yo no podía con mi entusiasmo. Mientras esperábamos me sugirió una botella de Bonarda Malbec que había encontrado en la información de la casa. Yo apretaba fuerte la copa de vino, mi mejor aliada en aquella tertulia nocturna. No había que ajustar ninguna tuerca, no había que aguantar ninguna respiración, no había un traje de neoprene que vestir. Había una bella mujer que me seducía a un ritmo arrollador. Había unas ganas de asomarse, de dejarse ganar por el instinto y decir y tocar como en una celebración.
Hay sabiduría natural en estas veladas, comemos despacio, bebemos a sorbos, hablamos pausadamente, sabemos escuchar, tratamos de usar las mejores palabras. Nos comunicamos, nos comprendemos y finalmente entendemos.
Me tomó de la mano y caminó hacía la playa. Dejó sus sandalias sobre una piedra. Caminé con ella, rodeé su cintura infinita, su cabeza se inclinó sobre mi hombro. El silencio fue sin dudas la mejor música, sólo el mar, siempre el mar. Acompaña con su milenario sonido, y la luna grande y luminosa. Una puerta abierta a una inmensidad de sentidos, de tactos. De despegue a ese bendito lugar del placer más bello de la existencia. Amarse lejos de todo, dentro de uno que son dos. Un alarido sinfónico de plenitud. La pequeña muerte de “El libro de los abrazos”
¿Por qué es tan dulce un beso? Pregunté “porqué los dioses son sabios” me contestó sonriendo…