MARRERO Y EL NEGRO DOMINGUEZ

Trabajando en altura, construcción puente internacional Concordia-Salto (Uruguay)

Encuentro en Mercedes, luego de tantos años...

Posando en la Represa de Salto Grande
Los amigos, aquellos de la distancia, aquellos de “en las malas”, aquellos de la angustia pero también de la alegría, del vino no tan bueno, del agua más sabrosa, agua del sol brutal de los 50 grados al medio día.
Esos amigos estuvieron ausentes por 23 años, hasta ayer cuando con alegría y lágrimas llegué para abrazarlos lo más fuerte que pude.
Primero Marrero. Preguntamos por su casa en Mercedes –Uruguay- alrededor de las 11 de la mañana. –“Seguí por la rambla..”, me había dicho él cuando había empezado a creer que finalmente los iba a encontrar.
La idea era sorprender al Negro Domínguez, personaje increíble, filósofo, laburador, idealista, anarquista y consejero del vino y del buen tango. Discutidor empedernido, pero leal y solidario, de buena madera.
Marrero estaba sentado en su casita, con el mate, su espalda seguía tan ancha como siempre, a pesar de que antes que nada, por teléfono, me había dicho: -“Me operaron del corazón…” Me paré en la entrada de su casa…me vio, alzó su brazo y me ofreció el mate, su figura seguía tan gigante como antes. El respetado “grandote”, una vez en la represa luego de tanto insistir con el juego de “boxear” me dijo: –“Ponete en guardia!!!!”. Cubrí mi cara con mis antebrazos y Marrero empezó a castigarlos con sus puños. Confieso que jamás ningún golpe dolió tanto.
Lo abracé con fuerza, él se agachó solidario, mi metro setenta y cinco no alcanzaban a cubrirlo con el deseo de mis afectos. -“Maestro!!! Hermano!!!” Otro abrazo…y la emoción. Allí está el compañero con el que compartíamos de 14 a 16 horas diarias en la represa hidroeléctrica de Salto Grande, durante un tiempo mayor a ocho largos años.
Pocos domingos libres, con suerte algún sábado hasta el mediodía, los hijos creciendo cada día más rápido y tratando de que aquella fortuna de la buena paga sirviera para asegurar el inseguro futuro, el que llegaría cuando terminara la obra.
-“Vamos a buscar al Negro Domínguez!!!”, le digo. –“Bueno…pero dejame arreglar el mate… si no son delicados les muestro mi casa!!” -“Pero maestro!!!”, le digo, y caminamos por los senderos más protectores de la vida de mi amigo: su casa.
La caldera esperaría hasta hervir el agua…como buen mate uruguayo. –“Mirá!!! Toy arreglando la chalana”. El uruguayo valora hasta lo que no tiene y cuida hasta la esperanza. Eso explica que logra revivir lo que parece que ya no servirá. La fibra se veía bien, conformaba en la vieja embarcación una sensación de estructura aún compacta y firme.
Nos cuenta que hoy jubilado va a pescar seguido y que el río no lo trata mal, y que caza algunos carpinchos también.
Salimos de su casa y vamos a buscar al Negro Domínguez. El camino largo de la ansiedad, de la rebelión contra el olvido y el tiempo, el camino en subida, en repecho, en vertical, en centenares de imágenes… Voces, historias, discusiones, sudor, luchas. Llegamos a su tallercito, no estaba. Fuimos a su casa, no estaba, Fuimos al bar, no estaba. Lo esperamos…
En la esquina nos miraban jóvenes desorientados por tanto despelote fraterno. –“Allá viene!!!”, gritó su mujer… Giré mi cabeza sin encontrarlo como hubiera querido, tomé un poco de razón y cuidadosamente miré al final de la calle, que no se veía, por que desde la esquina hacia el horizonte era bajada. Y él subía, y apareció una blanca cabeza y una cara negra, en una bicicleta humilde, sencilla como él, como su vida.
Llegó hasta nosotros sonriente, no sé yo cómo lo miraba, pero lo abracé tan fuerte… Muy fuerte, más fuerte. Lloré y reí y el Negro Domínguez más tarde se secó lágrimas inesperadas, tan suaves, tan buenas, tan neutrales…
-“Vos sos el de las fotos!!!”, me gritó su mujer y en sus manos las traía y a mis manos llegaron, generosas, abundantes de información… para el corazón.